Entre los mayas, la cronología se determinaba mediante un complejo
sistema calendárico. El año comenzaba cuando el Sol cruzaba el cenit el 16 de
julio y tenía 365 días; 364 de ellos estaban agrupados en 28 semanas de 13 días
cada una, y el año nuevo comenzaba el día 365. Además, 360 días del año se
repartían en 18 meses de 20 días cada uno. Las semanas y los meses transcurrían
de forma secuencial e independiente entre sí. Sin embargo, comenzaban siempre
el mismo día, esto es, una vez cada 260 días, cifra múltiplo tanto de 13 (para
la semana) como de 20 (para el mes). El calendario maya, aunque muy complejo,
era el más exacto de los conocidos hasta la aparición del calendario gregoriano
en el siglo XVI.
La religión maya se centraba en el culto a un gran número de
dioses de la naturaleza. Chac, dios de la lluvia, tenía especial importancia en
los rituales populares. Entre las deidades supremas se hallaban Kukulkán,
versión maya del dios azteca Quetzalcóatl; Itzamná, dios de los cielos y el
saber; Ah Mun, dios del maíz; Ixchel, diosa de la luna y protectora de las
parturientas, y Ah Puch, diosa de la muerte. Una característica maya era su
total confianza en el control de los dioses respecto de determinadas unidades
de tiempo y de todas las actividades del pueblo durante dichos períodos.
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